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Fútbol Nacional

Histórias de Costa Rica II

Por Julio Rodríguez especial para la revista Soho

Te escribo, Heredia bienamada y futbolera, bajo la lluvia, esta lluvia tan nuestra, entre agosto y octubre, que multiplica y propaga mi nostalgia y la de los aficionados florenses.

Hace años, en el futbol compartíamos glorias, hoy acumulamos sufrimientos. Nos anclamos, hace 15 años, en el campeonato No. 21. Fuimos vanguardia por décadas, pero, ahora, por vivir del pasado, nos apodan “Jardines del Recuerdo”. No por las flores, sino por un lugar de descanso perpetuo, junto al Virilla. Y, para peores penas, el Partido Acción Ciudadana (PAC) nos robó sin rubor, hace seis años, los colores, heredados de España. En los albores de un nuevo campeonato, que ahora llaman de apertura, te abro mi corazón y me confieso.

Cuando voy al estadio Eladio Rosabal Cordero, no observo a los jugadores en la cancha, sino las caras de los aficionados de sol y de sombra. En la de sol se apostan los jóvenes; en la de sombra, la nostalgia. Sueño ahí con el pasado y en las caras anhelantes de los bisnietos, de los nietos y de los hijos, ahí presentes, leo el ADN futbolero de sus abuelos, la mayor parte muertos. Yo no sé, Heredia amada, cuánto va a durar esta angustia, pues si los sobrevivientes somos más fieles, también somos más escasos. Antes, por ejemplo, no se veían camisolas de la Liga o del Monstruo por tus calles y plazas. Ahora, a falta de campeonatos, la obscena invasión nos agobia. Somos pocos, pero selectos. Sí, pero esto no basta. Es como el cuento aquel de la muchacha fea, pero hermosa por dentro, o del hombre aquel, bellísima persona, pero dundo. Tenemos derecho a más.

Bien sabes la canción que mandó a grabar Javier Rojas con su voz de potente barítono el día del campeonato No. 21: “Ninguno pudo con él”. Ahora todos pueden con él, el Club Sport Herediano (CSH), o con ella, si es Heredia. Hago la distinción entre uno y otra por aquello del género. A propósito, en los partidos finales de los últimos campeonatos he visto tan endeble nuestro equipo que deberíamos contratar a Shirley Cruz, goleadora en la UEFA, o revivir a León Alvarado o a Max Villalobos, en los últimos minutos, pues, en esa hora agónica, hemos perdido los partidos y hasta el campeonato. A veces, creo que la maldición del Padre Mata ha comenzado a surtir efecto. Pero, no se trata de maleficios. Ese es un cuento de los cartagos para justificar su aridez campeonil. El problema es que, según dicen, tu junta directiva, amado CSH, carece de análisis crítico.

Tampoco rezan, como antes, unívocamente. Ahora, mientras unos directores se inclinan, al comenzar las reuniones, ante la Virgen de los Ángeles, otros lo hacen ante Aquil Alá… Este ecumenismo de Pizza 2×1 nos ha sumido en la confusión. ¡Cómo cambian los tiempos, Heredia bendita! Rubén Darío te llamó, un día, “Heredia amable, suave, cortés, coqueta y rezadora”, mientras caminaba con el poeta Luis R. Flores por tus calles, después de escribir, bajo tu alero, su Palimpsesto. Luego, prendado por la belleza de tus mujeres, le decía: “¡Ah, Luis, yo no podría vivir en Heredia!”. “¿Por qué?”, le preguntó don Luis. Y Rubén contestó: “Si viviera en Heredia, viviría como un sátiro persiguiendo mujeres para besarles los ojos”.

Traigo a cuento estos pasajes, a falta de goles y de campeonatos, para verificar la anchura y profundidad de nuestra nostalgia. Vivimos de recuerdos. Las mujeres bellas siguen fieles a las graderías, y los sátiros abundan, pero también ellas, como nosotros, padecen el mal de ausencia. La ausencia del “nadie pudo con él, con el equipo herediano”, aquel que, en décadas gloriosas, derrotó 3×1 al combinado (selección) argentino, a la selección de Uruguay, al Sevilla de España; al Vasco Da Gama y al Cruceiro, de Brasil; al San Lorenzo de Almagro, Banfield y Estudiantes de la Plata, de Argentina; al Barcelona, de Ecuador; al Sport Boys, de Perú; al Djurgardens, de Suecia; al Gornick, de Polonia; al UDA Dukla, de Checoslovaquia, y al Rapid de Viena (7×2). ¡Qué epopeya!

Nostalgia y anhelo, pasado y futuro, deseo doloroso de regreso a los pendones y, a la vez, decisión de no renunciar a nuestros sueños. Siempre fieles, Heredia amada. Almas compasivas nos han aconsejado, por razones de salud, renunciar a la nostalgia, pero seguimos aferrados a ella y a su compañera, la esperanza, al punto que hemos desechado la propuesta literaria de José Joaquín López sobre Mariano Varsavsky, su coterráneo guatemalteco, quien, despechado por no poder dominar el tiempo, inventó una máquina para eliminar la nostalgia, bombardeando con rayos catódicos la parte del cerebro que guarda los recuerdos. Logró –nos dice– apaciguar el dolor nostálgico, sin eliminar los recuerdos.

Los diputados heredianos –apoyados por los de Cartago por razones obvias– han sugerido una partida específica para comprar la máquina, mas los aficionados heredianos no la queremos. Preferimos sufrir este dolor nostálgico, bajo la sombra memoriosa del extinto maguey, contiguo a la parroquia, donde otrora se rehacían alineaciones y destituían directores técnicos. Allí nos reunimos, bailando por un sueño, en la hora más oscura de la noche, cercana al amanecer. Allí entonamos tangos adoloridos o sollozamos con los nocturnos de Chopin, aquel virtuoso del sufrimiento, por no poder retornar a Polonia, como nosotros, ahora, por no poder traspasar aún la frontera de los 21 campeonatos…